Soñé que me tiraban al mar...

Posted by Alan On octubre 12, 2008 1 comentarios



Anoche soñé que me tiraban al mar. Para ser más fieles a la verdad, soñé que tú me tirabas al mar:


Era de noche, pero no me importó, todavía tenía fuerzas para hacer algo más, y yo quería ver el mar. Era una de esas ideas extrañas que no sabes por qué las necesitas, pero yo sabía que tenía que estar esa misma noche cerca de la orilla salada. El cansancio no existía, aunque el día entero fue pesado y muy en el fondo no tenía fuerzas para nada más.


Tomé las llaves de la vieja camioneta de mi padre: una Town and Country 96, y me puse a manejar hacia la única playa que conozco bien; la playa de Chachalacas, que está a unos cuantos kilómetros de Veracruz.

El acostumbrado viaje fue tranquilo y sin contratiempos, de hecho son de esos viajes nocturnos en los que no pasa absolutamente nada. Solamente ves el pavimento iluminado por los faros, repasas las señales de tránsito que te van manteniendo despierto: 80Km, 55Km, Poblado próximo, Cuidado con las vacas, qué se yo… Pagas un par de casetas baratas y el resto lo tomas por las carreteras federales, llegas…


Al llegar no era tan tarde todavía, había hombres en bermudas y mujeres abanicándose; todavía estaban los niños despiertos. Un ambiente crepuscular de esos en los que puedes salir a jugar pelota hasta que la noche sea tan obscura que dé el juego por terminado.


Me estacioné cerca de la playa, cerré la camioneta con llave y me estiré un poco antes de salir a caminar. Estaba feliz, ese tipo de felicidad que solamente se consigue al cumplir un capricho absurdo, esa felicidad que se obtiene al saber que todavía te queda algo de poder, algo de voluntad propia para hacer lo que te venga en gana.

Había un enorme brazo de tierra que se adentraba en el mar; quizá fuera de unos quinientos metros, aunque junto a las titánicas proporciones del mar se veía solamente como una mínima extensión terrestre. Se extendía de la costa a nivel de las aguas, y poco a poco iba subiendo de altura. Y en el extremo más alejado, era ya un acantilado sobre el cual se veían las olas estrellándose a lo lejos.

Caminé por el brazo de tierra lentamente, sin prisa, saboreando la sal y el viento cálido, todavía en el camino me encontraba con gente que me miraba con pinta de “extranjero”. Llegué al extremo y había unas niñas jugando, gritaban y reían estruendosamente, ¡son niñas! Una de ellas se me acercó y me dijo: -¡queremos que saltes! ¡Salta! ¡Salta! le puse una mano en la mejilla y le dije lo más dulce que pude –No corazón. Mientras que muy dentro de mi cabeza pensaba: “yo no soy el juguete, ni la diversión de nadie”. Seguí caminando, y mientras miraba al horizonte sentí un empujón a mis espaldas, un empujón enérgico y sincero que me despegó del suelo y me precipitó a las olas. Curiosamente en vez de caer viendo al mar caí viendo hacia arriba, a los nubarrones obscuros, al acantilado cada vez más distante y finalmente todo con burbujas y muy azul.



Foto: © 2008 Alan Arroyo.

1 comentarios:

Lucia dijo...

He looks through his window
What does he see?
He sees the sign and hollow sky
He sees the stars come out tonight
He sees the city's ripped backsides
He sees the winding ocean drive